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V. BLASCO IBÁÑEZ

huesos. ¡Cuánto costaba ganarse el pan!... Y este mal no tenía remedio: siempre existirían pobres y ricos, y el que nace para víctima tiene que resignarse. Ya lo decía su abuela: la culpa era de Eva, de la primera mujer... ¿De qué no tendrán culpa ellas?

Y al ver que sus compañeros de trabajo—muchos de los cuales le conocían poco tiempo—mostraban curiosidad por enterarse de la culpa de Eva, el tío Corr echóla comenzó á contar en pintoresco valenciano la mala partida jugada á los pobres por la primera mujer.

El suceso se remontaba nada menos queá algunos años después de haber sido arrojado del Paraíso el rebelde matrimonio con la sentencia de ganarse el pan trabajando. Adán se pasaba los días destripando terrones y temblando por sus cosechas; Eva arreglaba en la puerta de su masía sus zagalejos de hojas... y cada año un chiquillo más, formándose en torno de ellos un enjambre de bocas que sólo sabían pedir pan y poniendo en un apuro al pobre padre.

De vez en cuando revoloteaba por allí algún serafín, que venía á dar un vistazo al mundo para contar al Señor cómo andaban las cosas de aquí abajo después del primer pecado.

— ¡Niño!... ¡Pequeñín!—gritaba Eva cob