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V. BLASCO IBÁÑEZ
santo, temiendo que le soltara un par de coces, se apresuró á decir, acariciando con palmaditas aquellas ancas finas y gruesas:
—Pasa, soldadito; pasa adelante y veas de aquietar á esta bestia.
Y mientras el padre Salvador se colaba cielo adentro sobre la grupa de la monja, San Pedro cerró la puerta por aquella noche, murmurando con admiración:
— ¡Rediós, y qué batalla están dando allá abajo! ¡Qué modo de pegar! A la pobre jaca no le han dejado... ni el rabo.