. 186 V. BLASCO IBÁÑEZ
pobre femater, pero lo pensaba con la confusión propia de su caletre. Aquel barbilindo, que tendría cinco ó seis años más que él, era una espina que llevaba clavada en el corazón.
Deseoso de reconquistar el afecto de la señorita, multiplicaba sus obsequios con tanta rudeza como buena voluntad.
El jamelgo llegaba muchas veces á Valencia con los serones llenos de frutas ó frescas hortalizas; los campos del camino temblaban al verle venir, temiendo su loca rapiña, su inmoderado afán de obsequiar, sin acordarse que hay dueños en el mundo ni guardas que pueden pegar una paliza; pero tanto sacrificio no merecía más que alguna automática sonrisa ó un ¡gracias! como se da á cualquiera, y los regalos iban á la cocina, sin alcanzar otros elogios que los de la churra.
En cambio, sobre la mesa del comedor, .ó en el salón, sobre el piano, todas las mañanas veía el pobre Nelet ramos de flores frescas, recién traídas del Mercado, y que María aspiraba con pasión de mujer que despierta, como si en vez de perfume de jardines aspirase otro que llegaba más directamente á su corazón.
Eran regalos del tal don Aureliano, de aquel danzarín para quien resultaba ya