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V. BLASCO IBÁÑEZ

V. BLASCO IBÁNEZ

cociua con la espuerta del fewiateret, mientras éste se sentía feliz, ayudando á la churra con su buena voluntad de bruto de €arga ó charlando con Marieta de cosas tan interesantes como eran las últimas y verídicas noticias de cuanto ocurría en Paiporta y sus alrededores.

¡Oh! A aquella chica le tiraba aún la miserable barraca y los terruños sobre los cuales se había dado cuenta por primera vez de que existía. Hablaba de la tía Pas cuala con más entusiasmo que de su ma dre, á la que sólo había visto en el obscuro retrato que estaba en el salón, figura melancólica que parecía presentir ante el pintor la llegada de la maternidad del brazo con la muerte.

¡Qué bien se estaba en la barraca! Ya había transcurrido tiempo, pero ella recordaba, con la vaguedad de comprensión de los primeros años, aquellas noches pasadas en el estudi, hundida en los mullidos col chones de hojas de maíz que cantaban al menor movimiento, defendida por el poderoso auillo de músculos que formaban los brazos de la nodriza, durmiéndose al calor de las voluminosas ubres, siempre repletas y firmes; después, el alegre despertar, cuando el sol se filtraba por las rendijas del ventanillo y piaban los gorriones en el te-