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V. BLASCO IBÁÑEZ

V. BLASCO IBÁ&EZ

Seguía á su Marieta por toda la casa y admirando las magnificencias que la chiquilla le mostraba con mal cubierta satisfac ción de amor propio. El salón le anonadó con sus sillerías del primer tercio de siglo y sus adornos, que evocaban el recuerdo de las almonedas judiciales; pero su admiración trocóse en espanto ante una puerta entornada. Allí dentro trabajaba el papá con sus dos escribientes y se oía su voz campanuda: Providencia que dicta él señor juez... etc.

¡Cristo! aquello asustaba á Nelet más q ue los municipales, y emprendió la vuelta hacia la cocina.

En fin, que su primera visita le hizo experimentar la satisfacción del que se halla establecido y cuenta con clientela.

Entraba por las mañanas en la ciudad tomando al paso lo que buenamente encontraba en las calles, y recto á aquel caserón, donde se colaba como si fuese un inquilino.

La bruja de la portera se guardaba ahora su escoba y hasta le protegía, recomendándolo á las criadas de los otros pisos, y en el principal tenía á la churra, que siem pre encontraba en los rincones de la despensa algo sobrante que antes era para los gatos y ahora se tragaba Nelet.