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V. BLASCO IBÁÑEZ

y aquella estrella errante, lívida como la luz del alcohol.

La fraternidad de borrachos acabó en amor, y fuéronse á sus dominios de Benicófar á ocultar su felicidad en aquella casucha vieja, donde por las noches, tendidos en el suelo del mismo cuarto donde había nacido Dimòni, veían las estrellas que parpadeaban maliciosamente á través de los grandes boquetes del tejado, adornados con largas cabelleras de inquietas plantas. Aquella casa era una muela vieja y cariada que se caía en pedazos. Las noches de tempestad tenían que huir como si estuvieran á campo raso, perseguidos por la lluvia, de habitación en habitación, hasta que por fin encontraban en el abandonado establo un rinconcito donde entre polvo y telarañas florecía su extravagante primavera de amor.

¡Casarse!... ¿para qué? ¡Valiente cosa les importaba lo que dijera la gente! Para ellos no se habían fabricado las leyes ni los convencionalismos sociales. Les bastaba el amarse mucho, tener un mendrugo de pan á mediodía, y sobre todo algún crédito en la taberna.

Dimòni mostrábase absorto, como si ante su vista se hubiese abierto ignorada puerta mostrándole una felicidad tan inmensa como desconocida. Desde la niñez,