ma de un rumiante, pensando que si duraba mucho la buena racha, iba á ponerse tan redondo y frescote como el cura de Paiporta.
Pues ¿y Marieta? Le miraba comer con alegría, como si fuera ella misma la que saboreaba el guisado con hambre atrasada. Hasta quiso que le dieran vino, y apenas le veía hacer un descanso, pasaba revista á todos los de allá, preguntando cómo estaba el ama, si tenía muchos animales, si el padre aun iba por los caminos, si vivía el Negret, aquel perrillo seco, almacén de pulgas que aullaba como un condenado apenas se acercaban á la barraca, y si la higuera, tan frondosa en verano, soltaba aquella lluvia de lagrimones negros y suaves que caían ¡chapl dulcemente en el suelo, despachurrando la miel y el perfume de sus entrañas rojas.
Y después tras el substancioso atracón, llegó para Nelet el momento de los asombros, viendo la colección de muñecas, los vestidos, los sombreros, todos los regalos <ion que el escribano obsequiaba á su hija. Bien se conocía que ésta era única, que había quedado sin madre casi al nacer y que el viejo don Esteban no tenía otro cariño á que dedicar los buenos cuartos que arañaba en el juzgado.