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V. BLASCO IBÁÑEZ

sabía lo que era? Un papelote que había que sacar soltando dinero allá en el Repeso. Sin ella había que menear bien las pier ñas para huir de los municipales. Como le pillasen, flojas patas le iban á soltar. Conque ¡ojo, chiquet!

Y fortalecido por tan consoladoras advertencias, el pobre chico entró en la ciudad, buscando los callejones más solitarios y tortuosos, mirando con codicia los humeantes rastros que dejaban los caballos sobre los adoquines, sin atreverse á meter en su espuerta tales riquezas por miedo de agacharse y sentir en el hombro la mano de un sayón con kepis.

Aquello forzosamente había de acabar mal.

Se olvidó de todo en una plazoleta, viendo cómo jugaban al—toro un grupo de ^pelones de larga blusa y grueso bolsón de libros, retardando el momento de entrar en la escuela; pero de improviso sonó el grito de ¡la ful! anunciando la aparición de un municipal de los más feos, y todos se desbandaron al galope como tribu de salvajes sorprendida en lo mejor de sus misteriosos ritos.

Nelet huyó despavorido, pensando que en la maldita ciudad no se ganaba para sustos, la giba de esparto siempre sobre