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V. BLASCO IBÁÑEZ

Utiel; las hermanas estaban en la fábrica de sedas, hilando capullo; la madre trabajaba como una bestia todo el día, y el pequeñín, que era el gandul de la familia, de bía contribuir con sus diez años, aunque no fuera más que agarrándose á la espuerta, como otros de su edad, y aumentando aquel estercolero inmediato á la barraca, tesoro que fortalecía las entrañas de la tierra, vivificando su producción.

Salió de madrugada, cuando por entre las moreras y los olivos marcábase el día con resplandor de lejano incendio. En la espalda, sobre la burda camisa, bailoteaban al compás de la marcha el flotante rabo de su pañuelo anudado á las sienes y el capazo de esparto, que parecía una joroba. Aquel día estrenaba ropa; unos pantalones de pana de su padre, que podían ir solos por todos los caminos de la provincia sin riesgo de perderse, y que acortados por la tía Pascuala, se sostenían merced á un tirante cruzado á la bandolera.

Corrió un poco al pasar por frente al cementerio de Valencia, por antojársele que á aquella hora podían salir los muertos á tomar el fresco, y cuando se vio lejos de la fúnebre plazoleta de palmeras, moderó su paso hasta ser éste un trotecillo menudo.