V. BLASCM IBÁÑEZ
III
El entierro fué una manifestación.
Aun quedaba sangre de valiente: la raza no iba á terminar tan pronto como muchos creían.
Los amos de las casas de juego marchaban en primer término tras el ataúd, como afligidos protectores del muerto, y tras ellos todos los matones de segunda fila y los aspirantes á la clase; morralla del mercado y del matadero que esperaba ocasión para revelarse, y hacía sus ensayos de guapeza yendo á pedir alguna peseta en los billares ó timbas de calderilla.
Aquel cortejo de caras insolentes con gorrillas ladeadas y tufos en las orejas, hacía apartarse á los transeúntes, pensando en el gran golpe que se perdía la guardia civil.
¡Qué magnífica redada podía echarse!
Pero no; había que respetar el dolor sincero de aquella gente, que lloraba al muerto con toda su alma, con una inge nuidad jamás vista en los entierros.
¿Era así como se mataba á los hombres?