dose el cinto, y allí salió á relucir un verdadero arsenal: navajas de lengua de toro, cuchillos pesados y anchos como de carnicería, pistolas que se montaban con espeluznante ruido metálico.
La reunión dividióse instantáneamente en dos bandos. A un lado los Bandullos cuchillo en mano, pálidos por la emoción, pero torciendo el morro con desprecio ante aquellos mendigos que se atrevían á emanciparse, y al otro, rodeando á Pepet, todos, absolutamente todos los convidados, gente que había sobrellevado con paciencia el despotismo de la familia bandullesca y que ahora veía ocasión para emanciparse.
Miráronse en silencio por algunos segundos, queriendo cada uno que los otros empezaran.
¡Vaya, caballeros! La cosa no podía quedar así... Allí se había insultado á un hombre, y de hombre á hombre no va nada.
Al fin, el reñir es de hombres.
Era una lástima que la fiesta terminase mal, pero entre hombres ya se sabe; hay que estar á todo. Dejar sitio y que se las arreglen los hombres como puedan.
Los amigos de Pepet, que estaban en sus glorias y se mostraban fieros por la superioridad del número, colocáronse ante los