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CUENTOS VALENCIANOS

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Había que ver su cara enjuta, de una palidez lívida, con aquel lunar largo y retorcido, para convencerse de que le dominaba el afán de acometividad, el odio irreconciliable que lucía en sus ojos y hacía latir las venas de su frente.

Sí señor; él no podía transigir con ciertos valientes que no tienen corazón, sino estómago hambriento; ruquerdls que olían todavía al estiércol de la cuadra en que habían nacido y venían á estorbar á las personas decentes. Si otros querían callar, que callasen. El no; y no pensaba parar hasta que se viera que toda la guapeza de esos tales era mentira, cortándoles la cara y lo de más allá.

Por fortuna estaban presentes los Bandullos mayores, gente sesuda que no gustaba de compromisos más que cuando eran irremediables. Miraban á Pepet, que estaba pálido, mascando furiosamente su cigarro, y le decían al oído, excusando la embriaguez del pequeño:

— No fases cas: está bufat.

Pero buena excusa era aquella con un bicho tan rabioso. Se crecía ante el silencio é insultaba sin miedo alguno.

Lo que él decía allí lo repetía en todas partes. Había muchos embusteros. Valientes de matamdrta como los melones malos.