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V. BLASCO IBÁÑEZ

le dejarían con mucha complacencia que gozase en paz lo que sacara de las otras.

Y en cuanto á quiénes eran más valientes, si los unos ó el otro, eso quedaba en alto y no había por qué mentarlo: todos eran valientes y se iban rectos al bulto: la prueba estaba en que después de un mes de buscarse, de emprenderse á tiros ó cu chillo en mano, entre sustos de los transeúntes, corridas y cierres de puertas, no se habían hecho el más ligero rasguño.

Había que respetarse, caballeros, y campar cada uno como pudiera.

Y mediando por ambas partes excelentes amigos, se llegó al arreglo.

Aquella buena armonía alegraba el al ma, y los satélites de ambos bandos conmovíanse en el cafetín del Cubano al ver cómo los Bandullos mayores, hombres sesudos, carianchos y cuidadosamente afeitados con cierto aire monacal, distinguían á Pepet y le ofrecían copas y cigarros; finezas á las que respondía con gruñidos de satisfacción aquel gañán ribereño, negro, apretado de cejas, enjuto y como cohibido al no verse con alpargatas, manta y retaco al brazo, tal como iba en su pueblo á ejecutar las órdenes del cacique. De su nuevo aspecto sólo le cansaba satisfacción la gruesa cadena de reloj y un par de sortijas con