de segunda magnitud, gente que pasaba la vida penando por no trabajar; guardianes de casa de juego que estaban de vigilancia en la puerta desde el mediodía hasta el amanecer, por ganarse tres pesetas, lobos que no habían h^cho aún más que morder á algún señorito enclenque ó asustar á los municipales, maestros de cuchillo que po seían golpes secretos é irresistibles, á pesar de lo cual habían perdido la cuenta de las bofetadas y palos recibidos en esta vida.
Aquello era una fiesta importantísima, digna de que la voceasen por la noche los vendedores de La Correspondencia á falta de ¡el crimen de hoy!
Iban todos á comerse una paella en el camino de Burjasot, para solemnizar dignamente las paces entre los Bandullos y Pepet.
Los hombres, cuanto más hombres, más serios para ganarse la vida.
¿Qué se iba adelantando con hacerse la guerra sin cuartel y reñir batalla todas las noches? Nada; que se asustaran los tontos y rieran los listos, pero, en resumen, ni una peseta, y los padres de familia expuestos á ir á presidio.
Valencia era grande y había pan para todos. Pepet no se metería para nada con la timba que tenían los Bandullos, y éstos