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V. BLASCO IBÁÑEZ

faltaban chicuelos de la vecindad que asomaban curiosos á la puerta, señalando con el dedo á los más conocidos.

La baraja estaba completa. ¡Vive Dios! que era un verdadero acontecimiento ver reunidos en una sola familia, bebiendo amigablemente, á todos los guapos que días antes tenían alarmada la ciudad y cada dos noches andaban á tiros por Pescadores ó la calle de las Barcas, para provecho de los periódicos noticieros, mayor trabajo de las casas de Socorro y no menos fatiga de la policía, que echaba á correr á los primeros rugidos de aquellos leones, que se disputaban el privilegio de vivir á costa de un valor más ó menos reconocido.

Allí estaban todos. Los cinco hermanos Bandullos, una dinastía que al mamar llevaba ya cuchillo; que se educó degollando reses en el Matadero y con una estrecha solidaridad lograba que cada uno valiera por cinco y el prestigio de la familia fuese indiscutible. Allí Pepet, un valentón rústico que usaba zapatos por la primera vez en su vida y había sido extraído de la Ribera por un dueño de timba, para colocarlo frente á los terribles Bandullos, que le mo lestaban con sus exigencias y continuos tributos; y en torno de estas eminencias de la profesión, hasta una docena de valientes