dores á bandadas; no habían bastantes manos para llenar porrones; esparcíase por el ambiente un denso olor de lana burda y sudor de pies, y á la luz del humoso quinqué veíase á la respetable asamblea, sentados unos en los cuadrados taburetes de algarrobo con asiento de esparto y otros en cuclillas en el suelo, sosteniéndose con fuertes manos las abultadas mandíbulas, como si éstas fueran á desprenderse de tanto reir.
Todas las miradas estaban fijas en Dimòni y su dulzaina.
—¡L'agüela! ¡Fes l'agüela!
Y Dimòni, sin pestañear, como si no hubiera oído la petición general, comenzaba á imitar con su dulzaina el gangoso diálogo de dos viejas, con tan grotescas inflexiones, con pausas tan oportunas, con escapes de voz tan chillones, que una carcajada brutal é interminable conmovía la taberna, despertando á las caballerías del inmediato corral, que unían á la baraúnda sus agudos relinchos.
Después le pedían que imitase á La Borracha, una mala piel que iba de pueblo en pueblo vendiendo pañuelos y gastándose las ganancias en aguardiente. Y lo mejor del caso es que casi siempre estaba presente la aludida y era la primera en reírse de la gracia con que el dulzainero imitaba sus