aquella era la última quincena que pasaría, Cuando terminase no se detendría ni un instante en la ciudad; iría al puerto para esconderse en cualquier barco; se metería bajo los asientos de un vagón de ferrocarril; el propósito era huir lejos, muy lejos, donde no sacasen al Groguet en letras de molde ni le conociera ningún cabo Fulano.
Y el muchacho, que antes vivía en la cárcel con resignada indiferencia, esperó impaciente el término de la quincena.
Por fin llegó el momento. El Groguet á la calle con todo lo que tenga.
jLo que él tenía! Valiente sarcasmo. Granas de trabajar, de regenerarse, de verse libre de aquella estúpida persecución... y nada más.
Se sacudió como un perro mojado antes de salir de la pieza; no se limpió de los za patos el polvo de la cárcel, porque carecía de ellos, y lanzóse por el entreabierto rastrillo como un gorrión fuera de la jaula.
Vamos, que ahora se fastidiaba para siempre el tío de los bigotes.
Pero se detuvo en el umbral, aterrado como ante una visión: allí estaba él, en la pared de enfrente, con otro fariseo de su clase, sonriendo los dos como si les complaciera el terror del muchacho.
Intentó escapar; pero inmediatamente