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V. BLASCO IBÁÑEZ

cía en la cárcel la gente de la marcha que poniéndole dos ó tres duros en la mano era capaz de no ver el sol en mitad del día y de dejar que robasen un reloj en sus mismas narices.

Otra vez, al cumplir la quincena, le vantó el vuelo y no paró hasta el puerto,, donde con un saco en la cabeza á guisa de caperuza, dedicábase á la descarga de carbón, andando con la agilidad de una mona por el madero tendido entre el muelle y el vapor inglés. Lo pasaba tan ricamente; comía de caliente, jy con pan! en una taberna; pero á los pocos días quiso su desgracia que asomase por allí los bigotes uno de sus sayones, y otra vez á la cárcel para que pudiera publicarse con fundamento la consabida gacetilla sobre el terrible Grogtiet y el inmenso servicio del cabo Fulano y fuerza á sus órdenes.

Así iba corrigiéndose el bandido de sus terribles crímenes, que él no sabía cuáles fuesen, y oyendo á los ladrones la relación de sus hazañas, estremeciéndose al escuchar el relato de los asesinos y teniendo que resistirse á monstruosas solicitudes que le aterraban, preparábase para ser hombre honrado cuando la policía le quisiera dejar tranquilo.

No le cogerían más; estaba decidido;