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V. BLASCO IBÁÑEZ

ser hombres en aquel horrible antro, siempre condenados á quince días de arresto que no terminaban nunca, pues apenas los ponían en la puerta y aspiraban el aire de las calles, la policía, como madre amorosa, devolvíalos á la cárcel para atribuirse un servicio más é impedir que la adolescencia desamparada aprendiese malas cosas rodando por el mundo.

Eran en su mayoría seres repulsivos, frentes angostas con un cerquillo de cabellos rebeldes que sombreaban como manojo de púas las rectas cejas; rostros en los que parecía leerse la fatal herencia de varias generaciones de borrachos y homicidas; carne nacida del libertinaje brutal que estaba aderezándose para ser pasto del presidio; pero entre ellos había muchachos enclenques é insignificantes, de mirada sin expresión, que parecían esforzarse por seguir á los compañeros en su obscuro descenso; y extremando la ley de castas hasta lo inverosímil, resultaban los víctimas de aquellos mismos que pasaban como esclavos de los presos.

El más infeliz] era el Groguet, un muchacho paliducho y débil por el excesivo crecimiento y sin energías para protestar. Cargaba con los enormes cubos, y agobiado bajo su peso subía la interminable escale-