agua removida, los suspiros de desahogo del pobre cura al sentir la glacial caricia en su abrasada piel.
Lentamente volvió á la ventana, calma do por la fría inmersión. Un sentimiento de profunda tristeza le dominaba. Se había salvado, pero era momentáneamente: dentro de él llevaba el enemigo, el pecado que acechaba pronto á dominarle y vencerle, y aquella tremenda lucha reaparecería al día siguiente, al otro y al otro, amargando su existencia mientras el ardor de una robusta juventud animase su cuerpo. ¡Cuan sombrío veía el porvenir! Luchar contra la Naturaleza, sentir en su cuerpo una glándula que trabajaba incesantemente y que con sólo la voluntad había de anular, vivir como un cadáver en un mundo que desde el insecto al hombre rige todos sus actos por el amor parecíale el mayor de los sacrificios.
La ambición, el deseo de emanciparse de la miseria, le había enterrado. Cuan do creía subir á envidiadas alturas, veíase cayendo en lobregueces de fondo desconocido.
Sus compañeros de pobreza, los que sufrían hambre y doblaban la espalda sobre el surco, eran más felices que él, conocían aquel atractivo misterio que acababa de