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CUENTOS VALENCIANOS

Y en aquel momento, ¡oh Malo tentador! el infeliz, mirando la obscura vega veía, no la blanca é indecisa alquería, sino el estudi envuelto en voluptuosa sombra, aquella cama cuya blandura tanto había ensalzado la siñá Tona, y sobre el mullido trono lo que para otros era felicidad y para él horrendo pecado, lo que jamás ha bía de conocer y le atraía con la irresistible fuerza de lo prohibido.

La maldita imaginación ponía junto á sus ojos las tibias suavidades, los dulces contornos, los finos colores de aquella carne desconocida; y la agitación del infeliz iba en aumento, sentía crecer dentro de sí algo animado por el espíritu de la rebelión; la virilidad que se vengaba de tantos años de olvido inflamando su organismo, haciendo que zunibaseu sus oídos, enturbiando su vista y dilatando todo su ser, como si fuese á estallar á impulsos del deseo contenido y falto de escape.

Aquello era la tentación en toda regla; pensó en los santos eremitas, en San Anto nio, tal como le había visto en los cuadros, cubriéndose los ojos ante impúdicas beldades, tras cuyas seducciones se ocultaban los diablos repugnantes; pero allí no habían espíritus malignos por parte alguna: lo único real que acompañaba á las evocacio-