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CUENTOS VALENCIANOS

bestia de los que allí estaban: no era un hombre, era un cura, y al pensar en esto tan amargo, creía que todos le miraban con respetuosa compasión, y una llamarada de rabia enturbiaba su vista.

Bien pagaba los honores de su clase, la elevación sobre la miseria en que nació. El, el más respetado de la reunión, don Vicente, el gran sacerdote, miraba con envidia á aquellos muchachotes cerriles con alpargatas y en mangas de camisa.

Hubiera querido ser temido, como ellos, á los que no osaban aproximarse mucho las mujeres por miedo á audaces pellizcos, y sobre todo no inspirar lástima, no ser tenido como una momia santa, en cuyos oídos resbalaban las palabras ardientes sin causar mella.

Cada vez se sentía más molesto. Durante la comida estuvo al lado de los novios, sufriendo el ardoroso contacto de aquel cuerpo sano y fragante, que parecía esparcir un perfume de flor carnosa, y que en la confianza de la impunidad se revolvía libremente sin cuidado á empujar, ó se inclinaba sobre él y al decirle insignificantes palabras le envolvía en su cálido aliento. Y después aquel Chimo con su salvaje ingenuidad, creyendo que tras la misa de por la mañana todo era ya legítimo, corroído