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CUENTOS VALENCIANOS

tras unos lentes, caen sobre tu piel, ni te conmueven los alaridos de alguien que allá dentro da de cabeza contra las paredes.

En la calle suenan los cánticos de la parroquia; los señores del margen, escuadrón grave, estirado, de negra ropa y brillante sombrero, te ven pasar con la indiferencia del que está acostumbrado á sucesos más graves, y emprendes la marcha sobre los hombros de cuatro chicos reclutados en las porterías de la vecindad, que expresan su dolor hurgándose las narices con la mano que les queda libre.

Ya está lejos tu casa, los Estados donde imperabas como reyecillo absoluto; ahora sólo te quedan la compasión oficial, los lamentos de buena educación, ese cortejo imponente y negro que te abandona en las afueras, satisfecho de haber cumplido con el compañero, charlando un rato de sus asuntos, mientras seguía tu blanco nido, y nosotros, los de última fila, los que veíamos un instante tu carita al subir la escalera, pensamos ahora con tristeza que no nos desvelará más tu nocturno lloriqueo.

¡Adiós, Pilin! Desapareces en un hueco de esa tétrica anaquelería, donde quedan almacenados y con rótulo los infinitos productos de la muerte. ¡Di adiós á todo I Al caliente salón donde te revolcabas pan-