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No huyas el sufrimiento, hijo mío, antes bien búscalo, sólo asi alcanzarás serenidad. Tú, con tu propio esfuerzo, debes de horadar el duro lecho de piedra donde ella se enconde.

Las primeras decepciones preparan para la lucha futura, son el nervio de la energía.

Todo ser lleva un tesoro dentro del corazón. Guarda el tuyo, hijo mío. Cúbrelo con tus dos manos formándole una defensa; no permitas que aquella larva venenosa, incansable perseguidora de la juventud, escoja en él su guarida.

Acrecienta ese tesoro enriqueciéndolo en bondades, como la hormiga provee de alimentos su cueva de invierno. El te dará pan moral, más tarde, cuando solo y dolorido te haya botado en la playa de la vida, el fogoso corcel a cuyas crines va asida la inconciencia.

Abandona el camino por donde vayan tus hermanos ataviados de relumbrantes oropeles, fantochesco ropaje, con que cubre sus miserias la