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incendio de astros, y como orquesta, una fuente deslizante entre las piedras.

Libre de inquietudes, suspirando de bienestar, despójeme de mis atavios, –ridículos atavios de moderno peregrino— y tendida de cara a los espacios, me dispuse a soñar, dormir o espantar los mosquitos, que es la diversión obligada de todo paseo campestre.

No lejos ranas, sapos, y otros molestos animaluchos, oficiaban sabatinas en el saxófono de sus gargantas, cobijados bajo la espesura de las plantas enanas. Pardos murciélagos dibujaban misteriosos círculos en el aire, y las luciérnagas chisporroteaban en la sombra, záfiros y esmeraldas.

Desnuda, la noche abanicábase en la corona de los árboles, lanzando a los cielos su respiración agitada. A sus pies, las rosas exhalaban el perfume de la tierra fecunda.

¡Qué beatitud seráfica dentro de mi ser! ¡Ah! ¡si llegué a creer que había muerto!