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qué no anidas para siempre en la cuna amorosa del alma infantil?

Dejó la joven madre su labor cerca de la lámpara, que alumbraba tibiamente el grupito amable, y tomando al nene entre sus brazos, enternecida, le habló:

— ¿Por qué me haces tan extraña pregunta, nene de mis entrañas? ¿Quién ha pronunciado a tu lado esa palabra?

Y la mamá, apretaba con sus manos largas desnudas de joyas, manos de monja o de mujer honrada, la fina cabecita.

—Mamita, me lo dijo la vecina, aquella viejecita que suele traerte flores para la Virgen.

Verás. Primero me preguntó por tí, con esa voz que parece estuviera siempre llorando. "¿Cómo está tu mamita, nene? ¿Siempre tan sola? Tienes que cuidarla mucho", dijo: Y después, suspirando, mientras yo jugaba con el gato en su puerta, ella hablaba sola y murmuraba: —Santa