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así? De seguro que estas niñitas riñen en sueños con las fieras... –decía nuestra buena madre.

—¡Basta palomas! —Así daba la voz de alarma Sabina.— Vamonos niñas, que se les puede pegar en las ropas uno de esos cucarachos venenosos, y picarlas.

Ante el terror que nos inspiraba el famoso insecto —que tomaba en nuestra mente dimensiones de buey,— como movidas por un resorte, nos escapábamos del trigo, rogando a Sabina nos mirara, y tirándole una del pañolón, la otra del delantal, la arrastrábamos al claror de la luna para que nos examinase bien.

—Ya está; si no tienen nada. Vamos luceros a casa del compaire; puede que tenga pan calentito y matecito de leche...

Tres golpecitos a la puerta de caña, y ésta se abría, mostrando en el umbral al primer capataz, un "roto" alto, fornido, vestido de una manera llamativa y pintoresca.