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—¡Qué bien nos vamos a divertir en el campo!

Yo, la más soñadora y fantástica de todas, provocaba la risa de mis hermanas con mis salidas románticas, en medio de una vulgar reyerta sobre la propiedad de una fruta o de cualquier baratija de nuestros juguetes. Esto me valió apodo de loca" que me prodigaban en coro.

Me embelesaba pensando en los lindos cinturones y pulseras que haría de las tornasoladas pieles de lagartija; buscaba en la imaginación dibujos que ejecutaría, a la manera de los indios, con las blancas semillas del Achiray, y, encerrada en el escritorio de mi padre, las manos negras de tinta, no dejaba un papel ni tapa de libro sin una de mis producciones cubistas o futuristas.

El campo tenía para nosotros, además de los árboles, donde trepábamos como urracas, y del lago que el atardecer doraba, la atracción de los cuentos.