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Cuentan los pescadores de aquel país, que una tarde, cuando venia el río revuelto, encontraron cerca de unos matorrales el cuerpo de la desdichada.

Estaban desencajadas sus preciosas mejillas, y aun conservaba las manecitas estrechamente unidas en gesto de imploración.

Una gran herida dejaba descubierto el corazón de donde manaba sangre roja, tan roja como sus labios que triunfaron de la muerte en un regio color de rubí.

Desde entonces todas las mujeres llevamos el corazón cubierto por una caperucita roja de nuestra sangre. Porque todas hemos sido heridas por el lobo de ojos brillantes, de gestos graciosos, de palabras melífluas...