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Ella, naturaleza humilde, bajaba los ojos ruborizada y sonreía como el más casto de los querubines.

¡Pobre chiquilla rubia!

Una mañana hecha de luz, de cantos, de perfumes, Caperucita, embriagada de sol, sintió la irresistible tentación de ir a bañar sus piececitos al río. El agua clara era su juguete predilecto. ¡Cuántas veces hubo de amonestarla su mamá para que retirase las manecitas casi yertas del chorro del pilón!

Caperucita tenía la peregrina ocurrencia de formar un collar con cuentas de agua que brillarían multicolores al sol.

Esa tan bella mañana, no pudo la chica sustraerse al deseo de llegar hasta el río. —¿Por qué ha de enojarse mamá —pensó— si vendré a tiempo para hacer la comida? y si me atraso, no le diré nada. —Conforme con su atolondrada reflexión salió, el cestito al brazo.