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apretados trigos; los árboles donde anidan las voces del sol y de la vida, el collado quebrado en sombras, que se ofrece a las alturas celestes en holocausto de mieses aromadas.

Job no parecía oir ni gustar de nada: llevaba muerta la ilusión. Dicen los sabios, que a los burros les basta un desengaño para curarse de la fantasía.

El jumento aceptaba todo. —¿Qué es la resignación sino agonía de ideales?–Así, cuando Job se encontró libre de esclavitudes, experimentó alivio y dolor.

Érale angustiosa la libertad; sentía el cuadrúpedo la melancolía de un preso que en cadenas hubiese perdido la vista.

Estaba viejo. Jamás, jamás brotaría en su corazón aquel capullito que antaño le hiciera estrecemer de amor.

Vagaba ahora por sotillos y potreros, gustando sólo del alimento, como un anciano teme-