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Uno a uno, cayeron los castillitos que levantó su fantasía. Ella, todavía de pié entre las ruinas, parecía una palmera joven castigada por el rayo de la ira divina.

Al verla próxima a sucumbir, todos los malos huracanes comienzaron a golpearla, el mundo desatado en sus lúgubres pasiones quizo hacerla su víctima. Con boca profana lanzaba en el bonito rostro el soplo amargo de sus impíos deseos...

Sufrió la princesita, hasta sentir en la médula de sus huesos el frío de la maldad. ¿Fué mala? No sé, no sé. Lloraba mucho, alguien le ha dicho que las almas que lloran tienen perdón de Dios.

Sí, la princesita lloraba, con los ojos fieramente fijos, y las manos crispadas sobre el corazón.

Era buena, buena, como la tempestad.

Al cabo de algunos años de rudo combate