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Todos sabemos que los sueños son trampa de la fea realidad.

Cuando llegó a la edad del corazón, la impetuosa princesita se dispuso al amor, buscando entre los principes rubios, aquel que dijera mayores ternuras en su rosado oído.

Para desgracia de ella, quien sedujo su alma fué un paje aventurero, que cantaba como el pájaro azul, y que hacía tan bien la comedia del dolor, que la princesa emocionada lo amó por compasión.

Más tarde, cuando ya no había tiempo de arrepentirse, pudo ella ver el interior de ese elegante paje. Era de trapos raídos el corazón, como el de los títeres que sirven de inocente diversión. Anciano, anciano, que pena horrible experimentó la pobre princesita; la misma angustia que tendrías tú, si vieras que el viento derriba las florecillas plantadas por tu propia mano en el huerto —tu tienes un huerto, ¿verdad andino?—.