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Cuentos Ingenuos — 81

atao, en tanti yo no me diera maña pa... darle otro retrato que usté me haga.

— ¡Bravo! Si no es más que por eso, no hay que atarlo, porque no desairaré nunca a una muchacha tan salada. Siéntate. ¡Esto va a ser a escape! Y a fe que me alegro, pues así estarás en mi álbum junto a él.

La noticia arrancó a Juana, que estaba rabiando por reír, una carcajada de alegría.

— Oye — dijo Luis en cuanto preparó los lápices y el álbum —, tú eres muy guapa y quiero hacer un retrato bonito. Así no estás bien; en vez de continuar sentada vas a echarte, saldrás mejor. Tu retrato será todo un cuadro.

Así diciendo, la levantó del cesto, se le puso de cabecera, obligándola a adoptar una postura caprichosa, le cruzó los pies después de acostarla de lado y la hizo reclinar la cabeza sobre un brazo y rodeársela con el otro. Satisfecho de la actitud de la joven, que temblaba a su contacto y seguía con el recelo en los ojos y el carmín en la cara esta maniobra, se fué a la silla sonriendo, sobrecogido por la inspiración de la belleza extraordinaria de la Reina.

Dibujaba Luis con el arrobamiento del artista que se deja absorber por su obra, y una tras otra, sin saberlo, dejaba escapar frases de admiración ardiente cada vez que su análisis descubría un tesoro de los mil de la