de negarlo, y heme aquí vengada, curada de mi odio... radicalísimamente.
— No, Porque yo diré en seguida que no me importa que me lo niegue... y usted me seguirá odiando.
— ¿Como usted a mí por consecuencia?
— El odio es amor inverso. No renuncio al orgullo de su odio. Le digo, prima, que no quedan más caminos que odiar... o amar.
— Queda otro. Confesarles nuestro mutuo odio inextinguible a su mujer, a mi marido... y no vernos más. Es lo prudente.
— Tiene usted razón: es lo prudente. No hay motivo alguno para que nos sigamos soportando.
— ¡Ahí viene mi marido!
— ¡Y mi mujer!
Mi bella y blonda prima se levanta, vacila... vuelve a mí desde la puerta.
— ¡No les diga nada aún! — me advierte.
— ¡Pues jure que me odia con toda el alma!
— ¡¡Con toda el alma!!
Sale, y yo permanezco un instante respirando sus esencias, sacudidas al vuelo de sus sedas.
Mi prima me odia.
Tiene talento mi prima, ¡qué diablo!