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72 — Felipe Trigo

— ¿Recuerda ahora?

— No. Sólo recuerdo que tuve esas prendas.

— Además, tan perfumada, que el olor de sus esencias hizome levantar los ojos del periódico. Fuí sin leer un momento, absorto por la gentileza de usted... Y usted, a lo largo del coche vacío, había entrado a sentarse en un ángulo de la delantera, diagonalmente opuesto al que ocupaba yo. Tomó usted, con rapidísima ojeada, nota de mi admiración, y la desdeñó en seguida... volviéndose a mirar por el cristal de la plataforma... Yo persistí en mirarla, absorto por su arrogancia y su belleza...

— Gracias, otra vez.

— Usted volvió a advertir mi atención, y la despreció más, volviéndome la espalda.

— ¿Sí?

— Era, prima mía, amiga mía, el odio que usted empezaba a concederme, por demás...

— ¿Por demás... qué?

— Por demás... generosamente. Y sonreí.

— Bueno, ya lo dije; usted es algo fatuo. Cualquiera otro que no lo hubiera sido, únicamente habría visto en mi desdén... el que conviene a los tenorios de tranvía.

— Si me perdona, prima, yo le diría a usted que les conviene mejor la indiferencia. El desdén así marcado es ya una pequeña entrega de atención... Y yo sonreí, sonreí... por eso... formé mi juicio de usted... y volví a enfrascarme