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66 — Felipe Trigo

de algunas explicaciones sensatas o del discreto desprecio, y como pienso, además, que en odio y en amores no caben términos medios, por lo cual no concibo el odio reglamentado que de antemano se da por satisfecho con ver una gota de sangre, y por lo cual, en fin, no concibo tampoco más que los lances de honor de veras, donde se va a matar o a morir probablemente, y de seguro a no perdonar una imperdonable herida de honra... de ahí que todas estas razones me obligasen a no volver más por los cafés como medida preventiva.

— Lo aplaudo, aunque no te imite.

— Yo me aplaudí igualmente el primer día. El segundo y el tercero los pasé fatales, a solas con mi susceptibilidad, que despertó en forma reflexiva. ¿No será esto, en el fondo — me preguntaba — una debilidad? Si la vida es así, aunque debiera ser de otro modo, y por el estilo de la del café es la mayoría de la gente, la que tratamos para nuestros negocios y la que tratamos por nuestras relaciones, ¿ha de renunciarse a la sociedad, encerrándose uno como un cenobita, sólo por el hecho de pensar con cordura?

— Esa idea es de Schopenhauer.

— Casi. ¿Qué había, pues, en mi prudencia de racional, y qué pudiera haber de cobardía?... Examiné mi vida entera. Me tranquilizó