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Cuentos Ingenuos — 55

un hombre con bonete y sotana negro, sentado junto a un palo, agarrotado por el pescuezo y con la lengua fuera.

Tenía yo también recién ganada mi toga, y no sé qué extraños giros de pensamiento hiciéronme ver un poco de vergüenza en mi traje talar y un poco de grandeza entre los pliegues de aquella túnica que envolvía a aquel muerto con la cabeza tronchada y el gesto de apocalíptico reproche...

¡Quizá emprendimos la carrera al mismo tiempo! Yo, en el regazo de mi madre. Él, en el desprecio de la Humanidad.

Y me estremecí al pensar que si hubiese sido lo contrario, yo sería entonces el ahorcado, y el ahorcado el doctor.