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54 — Felipe Trigo

del educando en la cárcel, a consecuencia de un robo o de un navajazo en quimera. Cosa leve y grandes adelantos. El que no es completamente imbécil, saca la licenciatura en tres años, y como ya esta hecho lo más, he aquí que viene un día el saqueo del palacio de un marqués, en cuadrilla, con asesinato del dueño...

La sociedad se conmueve.

— Ese hombre — dice frunciendo el ceño ante el asesino — estorba ya. Venguémonos; ha terminado su carrera.

Y efectivamente, entra poco después en el calabozo; le pesan y miden los antropólogos; encuentran que tiene la frente deprimida, el pelo lanoso y áspero, las orejas en asa y los pómulos salientes. No recuerdan ya que cuando pequeñín tenía la cabeza de los angelillos, cuando pregonaba el Helaldo, ni recuerdan que la ferocidad de su sonrisa con dientes de caballo había sido primero, "en boca de niño, sonrisa de amor".

— ¡Criminal nato! — gritan los antropólogos. Porque, eso sí; la ciencia es rotunda.

Ha terminado su carrera. Se le viste la hopa y el birrete de los ajusticiados.

Es decir, la toga.

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Cuando menos eso me pareció a mí una tarde muy triste en que yo pude contemplar a