Página:Cuentos ingenuos.djvu/48

Esta página ha sido corregida
46 — Felipe Trigo

estaba en un teatro, cuando llegó a mis oídos una voz de contralto, extensa y pura, que cantaba:

Il segreto per esser felice
se io per prova...

El pasaje de Lucrecia, letra más o menos.

Me acerqué a la casa de donde salía la voz, y pegado a la ventana escuché hasta la última nota del brindis, tras de las que enmudecieron cantatriz y piano.

A la noche siguiente volví a matar el tiempo rondando la ventana de mi admirada y desconocida contralto. La sesión fue más larga. La sinfonía del Guillermo, después trozos sueltos de Gioconda, y por último, cantada, Lucrecia.

Yo, que insensiblemente había concluido por acercarme a la reja, trataba de descubrir a la artista — pues tal nombre merecía — por los entreabiertos cristales. No veía más que un lado del piano. Iba a empujar las puertas cautelosamente; pero alguien se acercaba en la desierta calle. Era un hombre, que entró en la casa, contemplándome antes con tenacidad.

Luego cesó la canción, y me fui a dormir, dándome la norabuena por haber descubierto aquel caprichoso e inofensivo pasatiempo para las noches que me quedaban en el pueblo.