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Lo Irreparable — 275

pasadas dudas de solitario caviloso pecaron de caballerosidad. El, efectivamente, que a la carta aquella cortés tuvo por respuesta el silencio, un silencio heroico y penoso, un silencio de púdica mártir que le había dicho lo bastante con su trágico llanto de la reja; él, que supo respetar este silencio sublime, aceptándolo como un grado más de la libertad que, siempre noble, Margot le devolvía..., quedóse en una situación de espera y sufrimiento, ambigua, intolerable, que, por colmo de inesperada y desdichadísima fortuna, vino también a resolverle enteramente la infeliz con su embarazo. ¡Ah, sí!, esto le desconcertó y le liberó..., porque, sobre notorizar horriblemente su deshonra..., con el hijo de la desgracia y del crimen implicábale un baldón de infamia que no podría aceptar un caballero. Entonces, como un hombre que sale, al fin, de un palacio de ilusiones que se le hundió y le sofocaba, trató sencillamente de olvidar..., volvió a su antigua vida, volvió al Casino, y el Casino, con su neta cristalización del juicio público, hízole ver cuan bien encajaban la norma social y su conducta.

La discusión de una noche, tan pronto como se habituaron las tertulias a la presencia del bello juez, y tan luego como, gracias a él mismo, dieron por sabido que de tiempo atrás no seguía las relaciones, recayó ardorosa sobre el punto de saber si debía o no conceptuarse deshonrada a una muchacha de quien se abusa a la fuerza.