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Lo Irreparable — 269

de serpiente, y de la cual me importa únicamente conocer los riesgos.

Arduo el problema para el buen doctor, que sudaba, no habituado a conflictos mentales de esta especie, vió su áncora de salvación en la que el mismo dialéctico terrible con «los riesgos» le tendía.

Sacó el pañuelo, limpió las gafas, volvió a ponérselas y manifestó:

— Señor de Rivadalta, si he de hablarle con franqueza, no le negaré que creo también que su hija, en trance tan horrendo y singular, probablemente constituye un caso de intervención que aprobarían las Academias. En efecto, si por salvar la vida de la madre en pulmonías, en cardiopatías, en los tifus, en simples tumores pelvianos que impidiesen salir a la criatura, los médicos estamos autorizados y obligados a provocar el aborto, no menos atendible resulta librar a una inocente del fruto de una infamia. ¿Qué más tumor para impedir que nazca esa criatura que su mismo padre y el crimen que la engendró?... Esto es evidente; pero debemos convenir, amigo mío, en que estamos ante un problema magno, nuevo, cuya propia horrible absurdidad, imposible casi de prever ni de sospechar siquiera, le había dejado fuera de los cálculos médico-juristas; debemos reconocer asimismo que su delicada condición tendría que hacerlo objeto de complejísimas consultas, no ya individualmente a compañeros míos de gran