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VII


Cansado el doctor Pardo (el viejo y bondadoso doctor de la familia) de recetarle a Margot antiespasmódica y bromuro, cansados los padres de ella de no ver en cuatro meses ningún alivio en la insomne, en la perpetua aterrada, habían resuelto llamar a un célebre especialista de enfermedades nerviosas madrileño, y éste acababa de dejar el coche que fué por él a la estación.

Rivadalta le recibió en el despacho, donde ya estaba Pardo agualdándole también. Quiso, no menos que a Pardo en idéntica ocasión, informarle previamente, y expresó, con la digna e impávida franqueza que exigían su afrentoso infortunio y el mal de su pobre Margarita:

— Doctor, recordará que asaltó mi casa de campo el Trianero. La impresión nuestra fué tremenda; pero, sobre todo, en mi hija. En los periódicos leería usted que uno de los asesinos la ultrajó..., y es cierto, por desgracia. No podría el infierno mismo haber juntado más horrores contra una niña, y pienso que basten para determinar