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258 — Felipe Trigo

cuatro malhechores, cuando estaban, además, en su distrito, se fué al campo la familia de Rivadalta, y ocurrió lo que ocurrió; luego, ni supo vengarla por su mano, aun hallándose interesado tan cordialmente...


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Y una noche, por la parte más oscura de la calle Zurbarán, y deferente, por último, Margot a las súplicas del novio, que ahogábase sin verla, que decíala en cada carta que necesitaba verla y hablarla para no acabar de creer, al no consentir sin motivo en ello, y por sus respuestas vagas y breves, que le iba perdiendo el cariño, ella consintió en salir a la ventana.

Fué una espera de ansiedad y fué un momento el de acercarse, cuando sonaron los cristales, casi fantástico, casi terrible..., como en quien va a mirar galvanizada una muerta en su tumba o a verla resucitada. Margot vestía de oscuro, y se mantuvo, como en espasmo y paralización de espectro, de pie, entre las hojas de la vidriera y en el marco de negro fondo, sin acercarse a la reja. Le tendió él una mano, y ella, al darle la suya y sentírsela estrechada..., lloró, lloró profusamente, doblando la cabeza al pañuelo que en la otra alzó. Athenógenes dió un beso de piedad en la pobre mano que temblaba.

No habían cambiado una frase aún, ni siquiera de trivial saludo, en la emoción profunda que a él hacíale respetarla el llanto. Pero, al levantar el