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254 — Felipe Trigo

lujuria de borrachos luego del festín...; que sólo un desalmado, el que la ató, y no todos, había abusado de ella, decíaselo con bien triste consuelo al pobre novio el hecho de no haber sufrido atropello alguno las criadas... Una de éstas, en efecto, con el afán de desmentirlo al menos para sí, y con el incuidado y con el honrado impudor que sólo a ciertas educaciones les permiten ciertas pruebas, habíase hecho reconocer por un médico.

¡Ah, pobre Margot, pobre divina guardadora de pureza... para el abyecto desposorio de un criminal asesino..., sobre otra cámara donde yacía ya una estrangulada..., junto a otras estancias donde ella misma no sabría si estaban apuñalando a su madre, a su padre, que no la pudo defender!

¡Bah, sí; le parecía a Athenógenes que de su Margot sólo quedó allá, en la finca, este espectro de desgracia..., y que esta otra real, que lloraba al lado opuesto de estos muros, era una especie de infeliz asesinada que unos brazos crueles del destino habían arrojado a un abismo!

La pena hízole alejarse de la casa.

Fué a la suya y se acostó.


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Un día recibió el juez un anónimo: «Se sabe que sostienes vergonzosamente las relaciones con Margot. ¡Amigo, valen mucho sus millones!» Lo estrujó y lo despreció, dominando el como latigazo de nieve que le había tendido por los nervios. Pero