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244 — Felipe Trigo

la ciudad, de toda España, gracias al corresponsal mentecato. Y si alguno osara interrogarle, tendría que proceder con él igual que con Morcillo. ¡Oh, el honor de una mujer, desde el punto y hora en que llega a discutirse!

Venció las ansias de saber qué se diría y se encaminó a su fonda. Allí, encerrado a las nueve de la noche, hízose servir la cena en el cuarto. Le daba ira que el buen nombre de Margot, de su adorada Margot, de su futura, de su tesoro de bondades y purezas, y que a él solo competía juzgar, estuviese irremediablemente sirviendo para públicas e idiotas discusiones. Dábale al mismo tiempo una plena conciencia de bochorno, de fracaso, el no haber sabido capturar a los bandidos..., el no haber acertado siquiera a cortarles el paso hacia comarcas distantes. Otra hazaña de ellos, de las que no dejan duda, acababa de indicarlos en Sierra Morena, junto a Obejo. Y también ahora la audaz banda del Trianero le había robado a un personaje, cual si fuera su propósito anublar las tristes glorias del Pernales y el Vivillo.

Tomando el té, obstinábase una vez más en dejar bien definida su situación ante los hechos. Problema, en realidad, nada simple. Para enjuiciar, hasta la base faltaba. ¿Habían o no habían ultrajado la pureza de Margot? No la veía desde antes de irse al campo. Cuando se cruzó con el coche, en la mañana siguiente a la desgracia,