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240 — Felipe Trigo

con la grandísima piedad que a la ciudad entera le infunden su delicadeza y su desdicha.»

¡Bravo! ¡Se felicitaba al escribiente! ¡al corresponsal! ¡Muy bien contado todo, y con buen estilo!..., y el escribiente, perdonado de oficina, se pasó la tarde en triunfo, en héroe, ampliando picantes pormenores que suprimió el Heraldo en lo relativo a cómo encontraron los pastores a la joven, y fumándose uno tras otro los puros de a medio real con que a porfía le agasajaban.

Al anochecer recibió un premiosísimo recado de Rivadalta.

Desde la casa del prócer se le vió ir muy triste al telégrafo, y luego desapareció.

Al otro día volvían a traer una rectificación importante el Heraldo y todos los periódicos:

«Por culpa de las inevitables exageraciones con que ayer fuí recogiendo las noticias, incurrí en algunos graves errores de información, que hoy desmiento en absoluto. La banda de malhechores no cometió ni intentó comenter ningún acto de impudor contra mujer alguna de las que estaban en la finca.»

El telegrama defraudaba en no poco el interés de la catástrofe. El corresponsal se sumió en su notaría. Todos comprendieron el motivo de la entrevista aquella con Rivadalta, o con el grave administrador, y se dividieron los juicios. Unos, apoyados en lo que para dejar más depurada su virtud pregonaban con respecto a la señorita Margot