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Lo Irreparable — 223

una novia, se cayó desde un tejado), no había vuelto a pasar por la calle de... la otra.

Margot defendíase de tales plácemes, ruborosa y encantadamente, no porque rabiase la otra, pues no era vanidosa ni tenía por qué entablar rivalidades, sino porque le gustaba el juez...; porque la enamoraban del juez la belleza, la finura, la elegancia...; porque sabía que también a sus padres les placía del juez el talento y sus dotes de mundo insuperables... Y el nombre del juez, reservado de amigas en sus labios, secreto en el corazón, le sonaba a música divina: Athenógenes Aranguren de Aragón... ¡Digno del de ella! Margarita Rivadalta de Figuero... No, no compondrían sino muy bonitamente, como las dos personas mismas, en pareja... Y se reía, se reía acordándose de cuentos o de historias que corrían sobre algunas bodas imposibles, sólo por los nombres; por ejemplo, el tan sabido de un Cilla con una Mier, que resultaría para la pobre esposa Mier de... ¡qué barbaridad!

Pero un día, a los bien pocos, ya no pudo esquivarse a los plácemes de nadie. En plena calle Campoamor y en pleno anochecer, los había visto a la reja todo el mundo.

No eran gente que buscase sombras, y justamente daba el foco de El Águila Real frente a la ventana. En el cuarto de hora que Athenógenes hízola escuchar su gentil declaración, pudo por primera vez gozarse en contemplarla cerca y a su antojo. Era una cara de paz, de nobleza, de pureza... un