— Qué, Emeria... ¿es algo más loquilla?
— Hombre, como loquilla en el sentido malo, no. Pero, en fin, le gusta divertirse... y dice cosas... tonterías, y ha tenido novios..., novios, ¡antes que yo! No obstante, juraría que es a mí al que quiere... por más que estemos reñidos y ella juegue a darme rabias con... otros, y sería capaz de apostarme la cabeza a que solamente se casa conmigo.
Athenógenes, advirtiéndole el acento de fieros disimulos, comprendió que era un celoso — un terrible celoso quizás —. Mas no era él, en cambio, hombre que se atemorizase fácilmente, y le preguntó con ironía:
— Pues di... si mira a... otros, ¿cómo sabes que te quiere?
— De una muchacha — repuso Jaime — ¡eso se sabe siempre cuando se la ha hablado un año por la reja!
Su tono esta vez fué definitivamente fanfarrón, alabancioso — cual si guardase un secreto de los que obligan de veras.
El joven juez le acosó:
— También la habló Marcial por la reja, y Román y Teodorito!
— Pero es que hay rejas y rejas... y modos de... ¡Oh, amigo! ¡Permíteme que me calle!
— ¿Te dió a besar la muñeca?
A la afable burla, Jaime respondió excitado:
— Me dió a besar... o a no besar... ¡lo que a nadie!, ¡lo que ahora mismo pongo el pescuezo a