Página:Cuentos ingenuos.djvu/356

Esta página ha sido validada
216 — Felipe Trigo

La voz de Margot llenaba el templo.

Y Athenógenes, recibiéndola en el alma como una fascinación, y recibiendo como otra fascinación de sus ojos las francas y entregadas miraditas de Emeria, luchaba con sus indecisiones, no sabiendo por cuál de ellas resolverse.